miércoles, 29 de julio de 2009

Trepa la hiedra
interminable. Amor
interminable por la piedra
que quiere hacerse aire.
Bajo el jardín de hiedra
que sube y cae y sube
el amor trepador
me cubre y me hace verde
a mí,
la piedra.

Hoy se han cumplido quince años de su muerte y añadimos esta foto tomada por Luis Poirot en Sitges. Corresponde esta imagen a su última etapa de vida. Ignorábamos su existencia, y casualmente la recibimos hace poco tiempo.

sábado, 25 de octubre de 2008

Por casualidad, buscando en la web material sobre Pablo Neruda para mis clases, encontré ésta en la que aparece en Nueva York con Arthur Miller. Para mi sorpresa, descubro que la pareja que aparece en el fondo son mis padres. Había oído ya varias anécdotas de la época en la que ellos veían a Neruda a diario, pues vivían por ese entonces (finales de los sesenta) en Manhattan y eran amigos desde Chile, cuando años antes mi madre había trabajado con el poeta en la traducción al castellano de "Romeo y Julieta".  No sé bien si Neruda pasó semanas, o varios meses, en la ciudad de los rascacielos. Supongo que mi padre podrá contar más detalles de esta época. En todo caso, él se alegró de este casual descubrimiento, ya que no tenía ni idea de la existencia e esta imagen.
Hay algo de humedad y aunque los labios
no emitan ni un sonido, en lo salobre
se apagan las palabras que no se oyen
antes de que las digas en el patio


El triste olor dulzón, que desde abajo
las hojas lentas de calor corroe
cierra mi boca –como mero torpe
que tapa miel, abeja y su trabajo.


Así es que aunque me digas que es humano
y sonrías paciente, no es mi nombre
lo que se está pudriendo, ni hablo en vano


Lo que ahora se anega y se corrompe
en esta hora sucia del verano
es la fe que tenía yo en el hombre.


(Agosto-septiembre 1992)

sábado, 20 de septiembre de 2008

Te suaviza el amor y mientras creces
te acercas y te alejas, te haces nueva
agua que se desliza entre paredes
que lejanos motivos estremecen.


Tu voz me trae ecos de otras voces
en que mi propia voz se hacía entera
voz que tal vez tuvieran las abuelas
que no conocerás, y en ti se mecen.


Entender sin engaño yo quisiera
y explicarte, mi niña, las sandeces
que al descubrir lo frágil nos dan fuerza,


que hacen grande a la vez que empequeñecen
que nos hunden y luego nos elevan.
O me lo explicas tú. Tal vez entiendas.




(15-5-92)
Nota de Fernanda: transcribiendo este poema me doy cuenta de que se dirigía a mí.

viernes, 12 de septiembre de 2008

(Nota introductoria a los sonetos)

El ajetreo veraniego me ha mantenido alejada de este blog. Lo retomo hoy, 12 de septiembre, colocando los primeros sonetos de una serie iniciada por mi madre en 1992. Los últimos están fechados en 1994, el año de su muerte. Me resulta muy difícil comentarlos. Para quien no la haya conocido muy de cerca, muchos de estos poemas resultarán en cierto modo herméticos. Algunos hacen referencia directa a su propio pasado, a su infancia en Chile (a su añoranza de Chile, también), a su conflictiva relación con su hermano, el poeta Armando Uribe... Pero no quiero añadir más detalles.
Tal vez lo haga a modo de anotaciones tras algunos sonetos en concreto.
Y es que creo que estos poemas trascienden lo personal, lo anecdótico; tocan de manera muy profunda temas existenciales en los que puede verse reflejado cualquier humano que haya transitado por la noche oscura del alma.
De pronto, me sorprende el carácter premonitorio de algunos versos, como si algo en ella, calladamente, se hubiera estado despidiendo ya de esta vida. No sé. Mi madre murió en julio de 1994 a consecuencia de las secuelas de un infarto.